viernes, 8 de enero de 2016

Nieva tarde y de menos

El cambio climático es un hecho científicamente, probado. Y al respecto, supone un daño terrible para la adopción de medidas que puedan paliarlo, las teorías que andan cuestionándolo. Unas teorías que, entre la poca prueba que aportan y la mucha conspiratoria, olvidan la realidad; que el cambio climático ya no es un agujero de ozono alejado sobre la testa de cuatro pingüinos. El cambio climático afecta desde ayer, al día a día de todos y cada uno de nosotros: veranos cada vez más tórridos, inviernos más suaves, sequía, aumento del nivel del mar. Y Ordesa, clasificado como una frontera mediambiental entre la Europa continental y la mediterránea, sufre como pocos, los efectos del cambio. Cuando este que escribe nació, aun no se cuentan cuarenta velas, los glaciares del Parque Nacional quintuplicaban su actual extensión y, al menos uno de ellos, todavía existía. Cuando este que escribe nació, una nevada caía con mayúsculas, desde los primeros copos a mediados de octubre hasta los últimos en torno a San Isidro. Las capas de nieve en alturas como la de Torla (1.036 mtrs) eran más que considerables, salir a la escuela era toda una aventura y no eran raros los inviernos en que permanecíamos varios días aislados, sobre todo en aquellos núcleos del valle (Buesa, Asín, mi querido Viu...) que pillaban más a desmano. El pasado 2 de enero nevó por primera vez en Torla, y lo hizo con desgana de moribundo. En Ordesa, la decena de nevadas, todas a considerable altura, caídas desde comienzos de noviembre, no han alcanzado, ni de lejos, la potencia y el espesor de tiempos no tan pasados. Sin nieve, la garantía de un verano fresco, repleto de flores, con las cascadas nutridas y la hierba dispuesta para los ungulados salvajes, para las miles de vacas y ovejas de nuestros ganaderos y para las cámaras de fotos, resulta algo cuestionable. Sin nieve se pierden tonos de verde, se cuestiona la pitanza a miles de animales (solo los pastos de la Reserva de la Biosfera alimentan a 3500 sarrios y un número variable de corzos, jabalís, Bucardos y ciervos) y se pone fecha de caducidad a la supervivencia de especies como la Edelweiss, la perdiz blanca o el armiño. El cambio climático no es un asunto baladí que de vez en cuando se pregonan en los medios como un tema a tratar en cumbres parisinas. El cambio está aquí, no llamando a nuestra puerta sino dentro de nuestra propia casa. Y según como lo asumamos, nos dará una caricia o un soberano puñetazo.