jueves, 29 de octubre de 2015

34 razones para el recuerdo

Treinta y cuatro.
Nada menos que treinta y cuatro pueblos y pardinas se encuentran deshabitados tan solo en el gran valle del Ara. Si sumamos los del Sobrarbe, la cosa asciende a noventa y seis. En 1930, la población de la comarca mejor conservada del Alto Aragón ascendía a 23.000 habitantes. Hoy, apenas alcanzamos los 7.300. ¿Cómo se pudo perder el 70% de la población en apenas medio siglo? Son muchos los factores pero uno el punto de ruptura. La Guerra Civil obligó a 7.000 sobrarbeses a huir hacia Francia. La España negra, la represión, el miedo provocó que de esos siete mil, entre un 30-45% nunca regresara. En su mayoría era una población joven, dispuesta y capaz, lo que duplicó el daño que causó el conflicto. En la posguerra, el desarrollismo industrial ofreció una posibilidad laboral y de futuro a muchos hermanos segundones de las grandes casas montañesas. Ese futuro que, aunque alejado del monte, inserto en el hostil hábitat urbano ofrecía independencia respecto a la omnipresencia del hermano mayor, privó a dichas casas de mano de obra barata. Incapacitados para afrontar las tareas agropecuarias, muchas casonas se vieron obligadas bien a cerrar, bien a un lento declive que no pudo evitar la reciente bonanza turística. Durante los años sesenta y setenta, muchos asentamientos observaban con dolor como los servicios y comunicaciones mejoraban constantemente en pueblos mucho más accesibles mientras ellos quedaban, como siempre, condenados al olvido. Muchos de sus vecinos, hartos de ser postergados, hartos de parir y criar para luego ver a los hijos marchando valle abajo, optaron por cerrar la puerta y asentarse en lugares más generosos, donde un estornudo, tuviera médico cercano. Sin embargo, en lo que al valle del Ara se refiere, una soberana injusticia causó la pérdida de la mitad de sus pueblos y de 1.400 de sus habitantes: el pantano de Jánovas. El innecesario, cruel y agresivo empeño hidroeléctrico que durante casi un siglo ahogó el futuro de la Solana hasta obligarla a emigrar, derivó en la pérdida de Lacort, Lavelilla, Giral, Burgasé, Cajól, Sasé…expropiados para terminar ahogados o plantando pinos con los que sostener la tierra y que esta no colmatara su dichosa presa. El mayor daño visual lo representa, sobre todo Jánovas, cuyos últimos habitantes fueron expulsados como criminales a comienzos de los años 80 (en plena democracia y con el partido socialista en Moncloa), viendo dinamitadas sus casas cuando su único delito fue defender su derecho a vivir donde habían nacido. Luego vino otro gobierno, de color azul y con gaviotas que intentó ocultar los informes de impacto ambiental el tiempo suficiente para dar tiempo a las grandes compañías eléctricas y que estas construyeran el pantano antes de que se supiera, públicamente que era ilegal hacerlo. Eso que llaman hechos consumados. Quien entonces era Ministro de Medio Ambiente, es hoy, un condenado en firme, sin presunto ni nada, por corrupción. Jánovas finalmente, no se hizo. Pero ya no hay remedio. Para conocer la historia de esta injusticia con mayor profundidad, el próximo 1 de noviembre, el programa “Salvados” os ofrecerá la posibilidad de hacerlo. De los pueblos perdidos tan solo uno, Bergua, fue afortunada y acertadamente recuperado durante los ochenta constituyendo hoy, uno de los más hermosos ejemplos de arquitectura pirenaica inserta en una zona excepcional. A los demás les esperaba el derrumbe pero nunca el olvido. Aunque el monte y su bosque han recuperado lo que el hombre les robó siglos atrás, los montañeses que sobrevivimos, los que no marchamos, conservamos con respeto, como un valioso tesoro, el recuerdo de los pueblos perdidos y sus antiguos moradores. Lo malo, lo peor, es que otras localidades como Asín de Broto, Linás, Fragen, Lardiés, Planillo…sin recambio generacional, sin opciones de futuro, parecen encaminadas a tan triste sino. ¿Seré yo me pregunto, quien le cuente a mis hijos como eran, quienes eran y sobre todo, porque se perdieron?