martes, 28 de julio de 2015

Vuelve el Lobo...

El pasado invierno, fue fotografiado, por primera vez en el Pirineo, un ejemplar de lobo. Sí, vuelve el lobo. O es que, tal vez, nunca terminó de irse del todo. Oficialmente, el Pirineo dejó de acoger poblaciones loberas estables y reproductoras en la década de los veinte del pasado siglo. Cepos, trampas, implacable persecución…una historia harto conocida, harto repetida. Sin embargo, discreta o notoriamente, siempre se han observado ejemplares, por lo general jóvenes y divagantes…Hecho (1950)….Uncastillo (1990). Una tendencia que desde finales de los noventa, ha permitido percibir una lenta pero constante presencia del animal en la cordillera. Un retorno natural, estable pero sobre todo silencioso muy propio del lobo y generalizado en el continente europeo, donde se han asentado en zonas como el sur de Alemania, desplegándose ejemplares solitarios en áreas tan remotas como Dinamarca o Bélgica donde los lobos desaparecieron ya en tiempos históricos. Presencia pirenaica que, con los años, parece haberse afianzado hasta formar incluso grupos cazadores cuya reproducción todavía no ha podido ser documentada aunque desde luego, se sospecha. Los lobos parecen regresar desde dos poblaciones en clara expansión muy distantes entre sí, aunque genéticamente iguales. En el Pirineo catalán y Ariege francés, donde se encuentran la mayor cantidad de los nuevos ejemplares y los grupos mejor asentados, parece proceden de las poblaciones italianas (1.500 ejemplares) que, después de reforzar a los lobos alpinos franceses (150-160 ejemplares) y sobre los que pesa una presión cinegética legal e ilegal insostenible, han encontrado en el Pirineo un buen refugio. En las sierras navarras y oeste altoaragonés, los lobos provienen de la cordillera cantábrica (2.000 ejemplares). A fecha de hoy, nadie ha hecho todavía un recuento de los lobos que sobreviven en nuestros montes, y tampoco parece que exista algún interés al respecto. Tal vez sea mejor así. Sin la presión mediática que este animal genera y con el desconocimiento de su discretísima presencia, el lobo encuentra en el Pirineo lo que más necesita; poca presión humana, amplios espacios bien conservados, abundancia de presas salvajes y tranquilidad. El lobo, tan irracionalmente odiado como apasionadamente defendido, resulta ser un aliado excepcional del hombre a la hora de controlar la absolutamente desbocada población de ungulados, en especial jabalís, tremendamente problemática tanto para el medio ambiente, como para la ganadería y agricultura locales. La lentitud de su regreso, ofrece una oportunidad para establecer claramente y con previsión, una política de conservación que auné dos premisas fundamentales; no es presentable el considerar “alimaña a extinguir” en pleno nuevo milenio un animal tan formidable y debe ayudarse y protegerse a la ganadería extensiva pirenaica, amenazada por la comercialización brutal y la competencia desleal, no por la presencia de animales salvajes que como el oso y el lobo, se convierten en cabezas de turco de unos problemas mucho más profundos que el ganadero debe comprender y la administración ayudar a solucionar. Unos y otros, tienen hueco en el inmenso Pirineo. Solo hace falta, como para tantas cosas, inteligencia y voluntad para conseguirlo.