miércoles, 4 de marzo de 2015

Avalanchas en Ordesa

La pasada semana un alud causó serios daños en el almacén del Refugio de Góriz, obligando a sus dos empecinados guardas, a solicitar una evacuación de emergencia. Los aludes son un peligro latente durante el largo invierno pirenaico. Un peligro muy presente en el día a día de montañeses, fauna y excursionistas que, sin embargo, no resulta tan letal por aparecer exclusivamente, durante los meses en que las visitas a Ordesa se reducen de manera tajante. De hecho de los 700.000 visitantes que cada año acuden a recorrer los senderos del Parque Nacional, escasamente unos 20.000 lo hacen entre enero y marzo, limitando sus excursiones a breves incursiones de una o dos horas en zonas carentes de peligro. Febrero y marzo son meses especialmente comprometidos. Las nevadas de enero aguardan congeladas la llegada de nuevas nivaciones, las cuales caen sobre un terreno muy resbaladizo, lo que provoca un incremento notable del peligro. Para ayudarnos a medirlo y evitarlo, existe una escala europea aceptada por la mayor parte de los países del viejo continente, basada en una numeración del 1 al 5, definiendo como Débil la más bajas y como Muy Fuerte la más extrema, pasando por Limitado, Notable y Fuerte. En esta época nos hallamos en un riesgo Fuerte que obliga a limitar las excursiones o, en caso de carecer de experiencia montañera o material adecuado, directamente evitarlas. La práctica de deportes invernales debe realizarse con extremo cuidado, evitando salirse de pistas en caso de esquiar, procurando tantear muy bien la capa de nieve sobre la que se realiza esquí de travesía, calculando perfectamente la barranquera de hielo que se pretende escalar, dejando siempre dicho dónde se va e incluso, subiendo al monte equipado para afrontar esta realidad, como GPS de localización o globos de protección térmica y contra choques especialmente diseñados para la supervivencia en caso de ser sorprendido por una avalancha. Los grandes abismos del Parque Nacional son testigos diarios de esta realidad. Especialmente en días soleados, cuando el calor favorece el escurrimiento de capas de nieve, se escuchan el espectacular resonar de las aludes, precipitándose entre los abismos del valle. Trabajando en Torla, no es raro acostarse tras haber escuchado una docena de ellos. Una realidad hermosa si se contempla desde lejos y que, curiosamente, resulta muy beneficiosa para la naturaleza pirenaica. Los aludes favorecen la desaparición de masas boscosas para que crezcan luego ejemplares jóvenes y más saludables, los aludes dibujan el paisaje siendo un factor muy presente de erosión, los aludes causan víctimas entre la fauna salvaje (encontrarse sarrios, corzos o jabalis arrastrados es algo muy frecuente entre la guardería) favoreciendo que sus cadáveres ayuden a resistir el largo y duro invierno a otras especies como buitres leonados, buitres negros, quebrantahuesos, rabosos. En la naturaleza, todo tiene un objetivo, incluso aquello que parece es más violento, peligroso o dañino.